Ma, no quiero ser médica.

-Ma, no quiero ser médica. – comenté a mi mamá cuando tenía 6 años. Salíamos de la guardia del hospital y era mitad de la noche. Mi hermana en ese momento tenía 10 años y había ingresado por una emergencia. Escuchaba sus gritos de dolor desde el pasillo. Yo tenía miedo. Estaba invadida por la preocupación y la angustia. Me sentí muy sola.

Por suerte mi hermana no tenía nada grave y pudimos volver a casa un par de horas después.

Y por qué este recuerdo en relación a la pregunta de si quería ser médica o no.

A veces noto una contradicción en la forma de vincularnos día a día con el dolor (hay muchos tipos de dolores, no hablo de ninguno en particular). Pareciera ser que “normalizamos” al dolor, por ejemplo, tomando ibuprofeno. Como queriendo decir que está bien sentir dolor. Siempre hay una excusa para que aparezca: la edad, el trabajo, el ritmo de la ciudad, el calor, el frío. Otras veces pareciera que le tenemos pánico. No queremos sentir ninguna clase de dolor, por más mínimo o pasajero que sea. Mejor si no nos enteramos, mejor que pase desapercibido.

Y la realidad es que no sabemos cómo vivir con él, cómo interactuar. No digo que haya que ser un mártir o aguantar. Al contrario. Aguantar implica sostener, retener. Evoca quietud, algo sin movimiento. Y para nuestra salud no queremos eso.

Hay que lograr que el dolor se mantenga vivo. No porque queramos que viva para siempre.

Sería interesante preguntarnos si el dolor no estará allí por algo. De ser así, ¿podríamos escuchar lo que tiene para decir? ¿Seríamos capaces de pasar el momento de susto y temor y permanecer allí, sólo escuchando?

Mi perro parece tenerla bastante clara en este tema. Cuando él está cansado, descansa. Si le duele algo lo muestra y sabe buscar ayuda y amor. Siempre se muestra agradecido por los cuidados. Cuando se siente mejor lo expresa y lo aprovecha. Él no se identifica con su dolor. Solo vive con él armoniosamente y hace lo mejor dentro de sus posibilidades. Se cuida, conoce sus nuevos tiempos y circunstancias y no anda caminando por ahí sintiéndose una pobre víctima.

Bueno… pero ¿por qué no quería ser médica?

Hoy me doy cuenta que lo que quería decir con eso era:

– ma, no quiero sentir dolor y no quiero ver a los otros sufrir.

Con mi años de práctica ostepática aprendí que el dolor siempre aparece por algo y que no es malo.

La dolencia comunica.

Nos ayuda.

Cuando nos lastimamos, por ejemplo, nos advierte que necesitamos de cuidado. Cuando sufrimos una pérdida nos puede recordar el amor que tenemos dentro, etc.

Los mensajes serán personales de y para cada uno.

El desafío es escucharlo y no distorsionar el mensaje que nos manda. Dejarlo ahí sin teñirlo de miedos, enojos, prejuicios o ansiedades. Simplemente estar abiertos al aprendizaje, a una forma distinta de vincularnos con el dolor.

Ser medico. Osteopatía Lucía Lanziano.